Civilización del amor

10 de septiembre 2023 – 23 Domingo Ordinario

Hoy día, en nombre de una tolerancia mal entendida, no nos metemos en la vida de los demás, salvo para el chismorreo, ni queremos que nadie se meta en nuestras vidas. Cada uno actúa según sus gustos. Se cree ingenuamente que las acciones individuales no tienen consecuencias para la comunidad. La pandemia nos ha hecho experimentar que todo está conectado y que los hombres no somos islas. Dios nos ha hecho responsable de la vida de los demás (Ez 33,7-9).

La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha querido ser madre y maestra de la humanidad y ha señalado los fallos de los demás. El Papa Francisco ha puesto la lupa también sobre los abusos de la Iglesia para que no se repitan y, sobre todo, para acompañar a las víctimas.

Muchas veces es posible que la persona haga el mal sin saber que lo está haciendo. La actitud cristiana, basada en el amor, es la de la corrección fraterna. El amor cristiano no sólo implica no hacer mal al otro, sino que pide de nosotros el buscar el bien de los demás (Rm 18,15-20). Cuando uno ve que una persona no vive de acuerdo con las exigencias cristianas que ha abrazado, con toda humildad, se le debe corregir (Mt 18,15-20).

En este momento las familias están desorientadas pues se ha producido una brecha generacional. Los mayores siguen más o menos vinculados a la moral cristiana mientras las generaciones más jóvenes se han desmarcado totalmente de toda orientación moral tradicional y cada uno se fabrica un traje a su medida. Por la paz en la familia se guarda silencio sobre todos estos temas; no pocas veces también se sufre en silencio.

Uno de los problemas actuales candentes es la llamada emergencia educativa.  Las escuelas han estado colaborando con las familias para educar integralmente a los niños y jóvenes, no quedándose en lo meramente académico, sino transmitiendo valores que den sentido a la vida. Si la familia y la escuela dimiten de sus responsabilidades, se corre el peligro de que grandes grupos de personas estén totalmente desorientadas en la vida.

En nombre del amor cristiano, debemos intervenir en la vida pública y contribuir a crear una cultura que posibilite una civilización del amor. Nuestra condición de profetas, que han hecho la experiencia de Dios, nos lleva a ser centinelas que advierten de los peligros que amenazan a nuestros contemporáneos. El evangelio denuncia las falsas salvaciones que nos fabricamos los hombres buscando nuestros intereses. Al mismo tiempo el evangelio hace presente en nuestro mundo la salvación de Dios.

La crisis que estamos viviendo no es simplemente económica. Es una crisis moral, una crisis de valores. Están desapareciendo de la escena pública los valores que han dado sentido a la democracia. Los cristianos no podemos quedarnos cruzados de brazos ante esta realidad. Debemos infundir espíritu y esperanza de manera que se pueda construir una auténtica civilización del amor. Que la celebración de la eucaristía nos lleve a trabajar por hacerla realidad.


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