Aceptar la invitación

11 de octubre de 2020 – 28 Domingo Ordinario

La pandemia ha impuesto un estilo de vida opuesto a las tendencias que se venían desarrollando sobre todo en nuestro país. Nos gusta la vida social, el expresar nuestro afecto con nuestros gestos de besos y abrazos. Las restricciones en las celebraciones sociales han hecho que más de una pareja hayan tenido que aplazar su boda. Llevamos ocho meses sin poder hacer ni aceptar invitaciones, con la repercusión que eso está teniendo en el montaje económico de tantas actividades comerciales.

 A veces es una suerte ser invitado a determinado acontecimiento, otras veces lo consideramos aburrido, pero no hay más remedio que ir. También Dios, como el rey de la parábola, nos invita al banquete de la vida (Mt 22,1-14). Todos nos sentimos llamados a vivir, pero son pocos los que se sienten llamados y elegidos a vivir la vida misma de Dios, la vida del Reino. Los invitados de la parábola tienen negocios más importantes que ir a un banquete de bodas.

Jesús, en esta parábola, como en las de los anteriores domingos, interpreta la historia de Israel. Pero esta palabra es siempre viva y eficaz e interpreta también nuestra historia. Nuestro mundo actual pasa de la religión, al menos de la religión vivida en comunidad eclesial. Le resulta aburrida y encuentra mucho más atractivo en sus negocios y diversiones. De esa manera nos centramos cada vez más en las cosas e instrumentos y olvidamos las relaciones personales. Cada vez nos cuesta más dedicar tiempo a las personas, aunque se trate de ir a una celebración festiva. Y desde luego, casi nunca tenemos tiempo para prestar atención a nuestra vida y situarla ante Dios. El encuentro con las personas nos desinstala y nos hace salir de nosotros mismos.

Ante la negativa, Dios no se desanima y sigue invitando a todos al banquete, saliéndonos al encuentro en las encrucijadas de nuestros caminos. La mayoría de la humanidad sigue siendo religiosa y considera su relación personal con Dios como el fundamento de su existencia y de su felicidad.  Dios sigue haciendo una llamada a nuestra libertad y responsabilidad, invitándonos al banquete del Reino (Is 25,6-10). Tan sólo Él puede saciar nuestras inquietudes profundas y realizar nuestros deseos más auténticos.

Cuando uno ha decidido aceptar la invitación a las bodas del Reino, uno tiene que asumir la responsabilidad y las exigencias que comporta. No se puede vivir de cualquiera manera. No se puede presentar uno sin el traje de bodas. Es ahí donde el evangelio pone el dedo en la llaga. La mayoría de nosotros hemos aceptado esa invitación en nuestro bautismo y tratamos de ser coherentes con lo que significa. Pero nos damos cuenta de que no estamos a la altura de las circunstancias y de que tenemos necesidad de una conversión continua.

Estamos llamados a trabajar al servicio de la vida, de toda vida, sobre todo de aquella que se ve más amenazada y excluida. El mundo actual está montado sobre la exclusión de la mitad de la humanidad. Hagamos en torno al banquete de Jesús una gran mesa a la que puedan sentarse todos nuestros hermanos para poder celebrar la salvación de nuestro Dios. Respondamos con generosidad a la invitación que el Señor nos hace a volver a nuestros orígenes y experimentar un nuevo nacimiento.

 


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